ROJO PROFUNDO

ROJO PROFUNDO

 

Se sentó en la terraza y pidió un café. Aquel año había conseguido acreditaciones para el festival, podría ver las películas que quisiera, caminar por el vestíbulo del hotel y vivir todo ese ambiente de cerca. Un ambiente que, hasta el momento, se le había negado a pesar de haber escrito cientos de páginas para el oficio, de haber visto cientos de películas y de haberse pasado gran parte de su vida estudiando el arte de hacer cine. Le interesó un ciclo de Dario Argento y tachó con una cruz las sesiones que más le apetecía ver. La terraza del hotel Melià estaba atestada de gente sonriente, todo era felicidad, fotos, poses, entrevistas: júbilo de quita y pon. Se puso un cigarro en la boca pero no encontró el mechero. Se levantó y le pidió fuego a dos tipos que comían copiosamente en la mesa de al lado. Iban por el segundo plato y ya estaban pidiendo postre, café y copa. Tenían prisa. Él en seguida dedujo, por su conversación, que eran productores. Se sentó, apuró el café y fumó con los oídos bien atentos. A ver de qué hablan, quizás se les escape información de alguna peli, pensó mirando al frente, tratando de no ser demasiado descarado. Uno de ellos llamaba insistentemente por el móvil pero no se lo cogían. “Llama más tarde, hombre;” le dijo el otro. “La tengo, de verdad que la tengo. Joder, no te voy a engañar, sabes que soy un tío legal.” Dejó el teléfono sobre la mesa y continuó comiendo. El otro le miró lleno de curiosidad. Estuvieron un rato en silencio. “Oye, ¿me lo vas a decir o no?” El del teléfono llenó las copas de vino. Su cara se transformó como la de un niño a punto de cometer una travesura. Él lo vio por el rabillo del ojo mientras apuraba el cigarrillo y hacía que leía la programación del festival. “La cosa va a cambiar, este proyecto nos va a disparar, te lo digo en serio.” “Vale –dijo el otro– ¿me vas a decir de una puta vez a quién tienes?” “Un momento”, contestó. Llamó al camarero. “Cava, por favor, el mejor que tenga, gracias.” El camarero volvió con una buena botella de cava, la descorchó y la sirvió. “Tengo a Shaila Durcal, será la prota.” El otro le miró con una cara de falso entusiasmo que si le dicen que la repita sería incapaz. Brindaron. Él chico cogió la programación del festival, se la metió en el bolsillo trasero del pantalón y, cuando estuvo al lado de ellos, se detuvo y les dijo con convicción: buenísima Shaila Durcal, muy buena. Después se alejó del lugar, daban Rojo Profundo en El Retiro, llegaba un poco tarde y no se la quería perder.

Post by admin_ivan

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